En los últimos cambios de estafeta presidencial ha existido una constante, “muerto el rey. ¡Viva el rey! Lo que trató de erradicar el actual régimen, fue evitar que se simulara la adaptación de una alta burocracia a los objetivos que trazaba el presidente Andrés Manuel (AMLO). Por lo que cortó de tajo y metió a gente con cero experiencia, pero era su gente. La curva de aprendizaje la sufrimos millones de mexicanos en el sector salud, en cientos de dependencias. Y, aunque algunos de los que entraron con él, le dijeron que no era el camino adecuado, optó por separarlos de su gobierno. Ejemplo de ello, el secretario de hacienda, su consejero jurídico, la secretaria de economía y un largo etcétera.
Pero encontró, según el presidente AMLO, los trabajadores perfectos, a los que nunca preguntan los motivos, sino que sólo ejecutan sus mandatos. Así se tengan que tirar miles de hectáreas de árboles, tapar cientos de cenotes, desbastar mangle, y lo que sea la voluntad presidencial se hace sin chistar. Eso le gustó, ese es su estilo, por ello el ejército mexicano, en este sexenio ha encontrado su sexenio ideal. Obras sin licitar, actuar bajo el manto de la seguridad nacional con plena opacidad, ha llevado al ejercito a ser la nueva vicepresidencia de facto del país. No sólo se le soltó toda la seguridad del país, sino además los puertos, las aduanas, la obras. Ahora, la hotelería, líneas aéreas, aeropuertos, trenes y en lo último hasta la ciencia y tecnología del país.
Con la militarización, se creó un nuevo poder: el poder del miedo y del espionaje post sexenal. El presidente no pudo evitar salir de la silla presidencial el próximo 2024, pero no quiere soltar el poder. Ese poder que le da, no sólo la autoridad legítima de su liderazgo, sino la velada idea de que, si no se sigue lo que él dijo, el ejército “vigilará y hará” que se cumpla con el poder heredado por el mandatario actual. Evitando se diga, “muerto el rey. ¡Viva el rey o la reina!
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