Especial.- La denominada “República de las Letras” es considerada una especie de red social de la antigüedad para algunos investigadores. Muchos intelectuales de Europa y América la usaron a través de lo siglos.
Es llamada “de las letras” o “literaria” debido al uso sistemático de cartas, entendiendo que, en aquel entonces “letra” era sinónimo de “carta”. Estas cartas permitían la comunicación entre sus miembros, salvando grandes distancias y que ha permitido documentar las relaciones entre sus miembros.
Aunque algunos investigadores fijan sus orígenes en los tiempos de Platón, la mención más temprana encontrada viene de la mano de uno de los discípulos de Petrarca, Francesco Barbaro (1390-1459).
En 1417, le agradeció al toscano Poggio Bracciolini, “en nombre de todos los hombres de letras actuales y futuros, el don ofrecido a la ‘Respublica Literarum’ para el progreso de la humanidad y de la cultura”, por enviarle unos manuscritos antiguos que había descubierto en bibliotecas monásticas.
Al “liberar” los textos y “vulgarizar” el saber, este dejó de ser exclusivo de los universitarios eclesiásticos, y en esta apertura, participaron incluso los muertos a través de sus obras.
Pero no fue sino hasta el siglo XVI que la República de las Letras se convirtió en lugar común, y letrados como el monje francés Noël Argonne la describieron.
“La República de las Letras tiene un origen muy antiguo. Abarca al mundo entero y está compuesta por todas las nacionalidades, todas las clases sociales, todas las edades y ambos sexos. Se hablan todos los idiomas, tanto antiguos como modernos. Las artes van unidas a las letras, y en ella también tienen cabida los artesanos.”
No había una ciudadanía formal, solo se requería conocimiento para compartir. Empezó en Europa. Pero hacia el siglo XVIII, la República se había expandido lugares como Yakarta, Calcuta, Ciudad de México, Lima, Boston, Filadelfia y Río de Janeiro.
Grandes mentes formaron parte, entre ellos Galileo Galilei, John Locke, Erasmo de Róterdam, Voltaire y Benjamín Franklin, por mencionar algunos.
No había muchas mujeres, sin embargo, había también grandes nombres. Mujeres como Anna Maria van Schurman, la princesa Isabel de Bohemia, Marie de Gournay, Marie du Moulin, Dorothy Moore, Bathsua Makin, Katherine Jones y Lady Ranelagh. Todas ellas con membresía en la República de las Letras.
Eran filósofas, maestras, reformadoras y matemáticas de Inglaterra, Irlanda, Alemania, Francia y los Países Bajos. Y junto con toda la comunidad, representaban el espectro de los enfoques contemporáneos de la ciencia, la fe, la política y el avance del aprendizaje.
Palabra escrita.
Las cartas como la herramienta principal de la República de las Letras fueron fundamentales para su expansión. Aunque la imprenta contribuyó al auge de la cultura intelectual, los libros seguían siendo costosos para la mayoría.
Las cartas permitían lo que los libros limitaban, hacer comentarios, consultas, exposición de debates.
Según el historiador, Peter Burke, “los secretarios eran indispensables, pues si eras un erudito famoso, la correspondencia era tanta que necesitabas ayuda”.
En esa red social, como en las de hoy, abarcaba infinidad de temas. Desde discusiones sobre historia, política, filosofía, investigación científica y educación, hasta noticias, chismes, chistes, poemas, experiencias personales y demás.
Estas cartas eran tan extensas que solo podían reconocerse como tales por el principio y fin. Es tal el valor de los contenidos de estas, que se han creado grandes proyectos para digitalizarlas. Además, han servido de base para mapear la República de Letras.
Reglas tácitas
Todo ciudadano tenía que participar en el intercambio de información de la red de la República de Letras. La distancia no era un obstáculo, las cartas generadas eran enviados por correo, entregadas a amigos, comerciantes o diplomáticos para ser llevadas de manera personal.
Recibida la carta, esta debía de circularse por el destinatario. Los libros y manuscritos que llegaban por la red, no debían quedarse en manos de una sola persona. Además, quien los recibía, agradecía con algo de vuelta.
La palabra hablada
A menudo, jóvenes eran los portadores de estas cartas, como parte de su educación, viajaban por Europa si tenían los medios. Muchos otros, ciudadanos de la República de las Letras, deambulaban con cartas de recomendación. Esos eran recibidos en bibliotecas, archivos, colecciones de antigüedades, por mencionar algunos.
Este era una especie de ritual conocido como “pereginatio academia”, y proporcionaba una oportunidad única. Visitar y conversar con eruditos locales. La conversación culta era otro ideal de la red.
Se tradujo en la cultura del salón, eventos privados con invitados selectos. Y también en la cultura de los cafés, donde los ciudadanos de la República charlaban de los más diversos temas.
El principio del fin
Durante el siglo XVII, la conversación empezó a desplazarse a las academias y sociedades. La Royal Society de Londres y la Academia Francesa de ciencias, son ejemplos de instituciones fundadas en este contexto.
Estas ofrecían una especie de comunicación más oficial, y la oportunidad de comunicar a muchos a la vez, a diferencia del correo.
Además, se retomaba la palabra impresa. Las academias publicaban revistas para la difusión de información en diferentes países, y empezaron a asumir actividades propias de la red.
Y así, la República de las Letras empezó a desvanecerse. Los avances tecnológicos en comunicación y transporte como el telégrafo, el ferrocarril, barcos a vapor, facilitaron el intercambio de información. La impresión se volvió más económica, permitiendo distribuir noticias y opiniones de manera más amplia.
De caballos a la web.
Algunos investigadores, como Peter Burke, profesor emérito de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge, afirman que la República nunca desapareció.
En entrevista con BBC mundo, afirmó que lo único que cambio fue el modo de comunicación.
Indicó que la república de la que todos hablan, era la “halada por caballos”. Luego dio paso a la “república a vapor”, que llegó con los ferrocarriles y barcos a vapor, y trajo las conferencias internacionales.
Posteriormente, explicó, fue la “república del jet”, para intercambiar conocimientos por el mundo. Y finalmente, se dio paso a la “república virtual”, donde se puede colaborar vía email.
El académico dijo que no puede rechazar ninguno de esos modos de comunicación, pues han ayudado los estudiosos a colaborar bajo una ética de cooperación. Y esa es la médula de la República de las Letras, la ética de colaboración en pro del saber sobre cualquier obstáculo.
Con información de BBC Mundo.