Reino Unido fue un país pionero en todo lo referente al desarrollo de productos cosméticos cruelty free. Es decir, hace 25 años, fue uno de los primeros países que prohibieron que se testasen en animales tanto los productos como los ingredientes que contienen. Sin embargo, ahora se prepara para dar un paso atrás y volver a permitir este tipo de técnicas en algunos contextos.
En realidad no son los únicos, pues la reciente decisión de su Tribunal Superior va en consonancia con la normativa de la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA). Esta enunció en 2020 una serie de regulaciones de registro, evaluación, autorización y restricción de sustancias químicas (REACH) sobre los ingredientes de maquillaje en 2020, con las que se obligaba a las empresas a probarlos en animales para garantizar la salud de los trabajadores.
Como es lógico, esto generó un gran revuelo, tanto por parte de asociaciones animalistas como por las propias empresas de cosmética, que no ven necesaria la medida. También hubo descontento entre la población, pues cada vez son más las personas que se niegan al uso de cosméticos que no sean cruelty free. Por eso, la propia ECHA ya ha buscado alternativas in silico para no volver a testar en animales. Han demostrado que no es necesario, pero Reino Unido sigue adelante con su nueva decisión.
La historia del testeo de cosméticos en animales
En 1944, los toxicólogos John H. Draize y Jacob M. Spines desarrollaron el test de Draize, cuyo objetivo era comprobar la toxicidad de una sustancia concreta antes de dirigirla al consumo humano con fines cosméticos o farmacéuticos.
Para ello, se tomaban 0,5 ml o 0,5 g de la sustancia a analizar, se aplicaban sobre el ojo o la piel rasurada de un conejo, y se dejaban ahí durante un tiempo concreto. Después, se enjuagaba y se revisaba si se había producido algún tipo de irritación en el animal.
Con el tiempo, esta prueba comenzó a recibir muchas críticas, tanto por la gran crueldad que supone para los animales como por no tener suficiente eficacia. Paralelamente, comenzaron a realizarse otros test, cada cual más cruel que el anterior. Desde alimentar ratonas o conejas embarazadas con la sustancia en cuestión y sacrificarlas para ver los efectos en sus fetos, hasta exponer a los animales a la sustancia y sacrificarlos para ver cómo se ha distribuido por sus órganos.
Todo esto recibió cada vez más críticas, por lo que se buscaron alternativas libres de crueldad animal (cruelty free).
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